Los corticoides son fármacos muy utilizados en veterinaria para tratar gran variedad de patologías, poseen un gran poder antiinflamatorio e inmunosupresor, por lo que resultan muy eficaces para tratar enfermedades autoinmunes, procesos alérgicos, inflamatorios, et. No obstante, debemos saber que su uso conlleva la aparición de efectos secundarios que, aunque son previsibles, no son evitables.
Según la opinión de algunos expertos veterinarios ven los corticoides como supresores, porque en lugar de tratar el problema de raíz consideran que lo que hacen es “ocultarlo”.
Glucocorticoides: El cortisol es el glucocorticoide más utilizado, también conocido como la “hormona del estrés”. Actúan prácticamente en todo el organismo, siendo los fármacos más empleados en medicina veterinaria debido a sus dos principales efectos, potenteantiinflamatorio e inmunodepresores.
Mineralocorticoides: El principal representante de este tipo de corticoides es la aldosterona, los fármacos en los que predomina este efecto mineralocorticoide son la fludocortisona o el privalado de desoxicorticosterona, que permiten mantener el equilibrio hidroeléctrico en animales con un déficit de aldosterona, el mineralcorticoide natural.
Debemos tener en cuenta que los corticoides son tratamientos sintomáticos, sirven para controlar los síntomas, pero una vez que finaliza su administración, la patología puede reaparecer, dado que no tratan la causa de la que proviene la enfermedad.
La dosis a suministrar dependerá del principio activo, en dosis medias presentan efectos antiinflamatorios y en dosis altas efectos inmunodepresores.
No obstante, seguiremos el siguiente protocolo de administración:
Previo a la prescripción de cualquier fármaco, el veterinario analizará tanto el lado positivo como el negativo de sus efectos, por lo que recomendará el uso de cortisona en los casos en los que los beneficios superen los riesgos.
Los efectos secundarios que pueden derivarse del uso continuado de la cortisona son:
Aumento de la tensión arterial.
Edema generalizado y acumulación de líquido en el abdomen.
Diabetes.
Debilidad muscular.
Úlcera gástrica y dificultades en el proceso de la digestión.
Aumento del riesgo de sufrir infarto de miocardio.
Aumento de la tensión en el globo ocular y mayor riesgo de desarrollar cataratas.
Enfermedades infecciosas por debilitación del sistema inmunológico.
Para conocer las opciones posibles a la hora de administrar cualquier tratamiento a tu perro, es importante que consultes con tu veterinario, él te informará de los pros y contras de cada tratamiento.
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